Sensibilidad y sentimiento desbordan los objetos que hacen de parafernalia a Lade. Es claro que son piezas cada una bien particular y pueden venir de cada lugar físico o mental. Fue entre los siglos XVII y XVIII que empezaron a darse en la Europa de entonces los primeros fenómenos de modas o manierismos o amaneramientos estéticos un poco antojados, resultado de la intención clara de copiar un modelo en particular sin perder el carácter local.
Hoy decimos barroco a todo lo recargado y entre el espejo colonial, la pieza de terracota andina o las obras de arte impresionistas-pop de los veraneantes, no hay si no la conexión de ser piezas únicas sin ser del todo originales. Original resulta el equilibrio entre diferencias y los recorridos que llevaban la vista el es espíritu al infinito como proponía aquel estilo francés.
Hace casi un siglo que Adolf Loos escribió ornamento y delito -1908-, una dura crítica a la decoración gratuita de los objetos cotidianos ante la llegada del rebuscado y orgánico art noveau a la nueva ciudad industrial. Bien parecían jardines las bocas del subte parisino pero de hierro serializado fueron y para sumergirse en la oscuridad del undergroung. Con el diseño industrial nacido en los 20s llega el reinado de lo simple y racional como sinónimo de modernidad. Pero seria el reciente maximal el que como un As bajo la manga, emplearan las tradicionales casas de alta costura europeas para reencontrar el valor entre tanto mínimal globalizado que en los 90s sometiera al ornamento a la parca austeridad del zen y la económica funcionalidad racional. Hace una década, los CEO de las marcas de diseño americanas CK, RL o DNKY vieron con asombro como la tradicional casa Dior daba la batuta al excéntrico Galiano que haría de moda un espectáculo, reviviendo la rica tradición decorativa a lo que las editoriales de Vogue acuñaran “lujo maximal”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario