jueves, 20 de octubre de 2011

Desván


Altillos, áticos un desván, pocas ciudades gozan tanto de estas palomeras como Buenos Aires en una herencia de la arquitectura francesa que sirvió de modelo a la nuestra, en tiempos de bonanzas de cien años atrás.  Estas  habitaciones en la parte superior de una vivienda disponibles bajo el caballete del tejado, particularmente incomodas por sus paredes inclinadas y normalmente empleadas como trastiendas donde guardar viejos objetos en desuso, devinieron en un mundo industrial, como estudio, sala o pequeño dormitorio para la servidumbre, rentar o esconder al loco familiar. Algunos cuentan con ventanas, que son lo que se denominan buhardillas, levantándose por encima del tejado de la casa, y que sirve para dar luz al desván o para salir a través de ellas al tejado.


En principio actuaron como cámaras reguladoras de la temperatura y las casonas porteñas con techos de casi cinco metros de altura resultaban frescas en verano y tibias en invierno.  Llegamos muchos, varias crisis y post 2001 –la odisea del espacio- a reciclar la ciudad.  Así aparecieron los expertos en instalar un entrepiso, sin perder el encanto o rescatando valores como dejar las hermosas estructuras de ladrillo abovedadas con soportes de hierro que sin la temida corrosión por salitre se conservan bien. Con ellos también el consumo de energía con los enfriadores de aire.  Aseguran los practicantes de la permacultura que solo reverdeciendo las terrazas se podría controlar de nuevo la temperatura sin consumir electricidad.



No es francésa sino italiana la imagen “estereotipada” del artista en su atelier.  La Bohéme de Giácomo Puccini, revelo como podía un grupo de artistas sobrevivir, amar y crear entre desvanes y tabernas en la Milán de 1830.  “Mimì se da cuenta de que ha olvidado sus llaves, y mientras ambos las buscan, sus velas se apagan. A la luz de la luna, el poeta toma la mano temblorosa de la joven y le cuenta sus sueños. Luego, ella le relata acerca de su vida solitaria, la cual se pasa bordando flores y aguardando la primavera. Atraídos mutuamente, Mimì y Rodolfo salen hacia el café” narra la escena mas cursi, por allá en otras casi mueren de hambre y pulmonía.  La falta de luz solar y la humedad resultaron el mejor hábitat para el antiguo y letal virus que dio la última estocada a más de un poeta bohemio o amigo sin defensas por el HIV.


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